Invertir en los profesores que reflejan nuestras comunidades
(8 minutos de lectura) - En una brumosa mañana de octubre en Universidad de Oregón Occidental, En la calle, el aire estaba quieto y húmedo, mientras los arces de la avenida Monmouth brillaban con un intenso color dorado. En el interior del Centro Educativo Richard Woodcock, el tono era diferente. No era festivo ni formal. Era reverente. Expectante. Tranquilamente poderoso. La cuarta reunión anual de Café y Conexión organizada por Unitus Community Credit Union estaba comenzando, y la sala se sentía preparada para presenciar la posibilidad en movimiento.
Seis becarios de la cohorte Unitus de la Becarios para profesores bilingües y diversos habían tomado asiento juntos. No llegaron como invitados de honor, sino como futuros educadores que ya son portadores de la promesa de lo que podrían llegar a ser las aulas de Oregón. Cada uno de ellos representaba la experiencia vivida, la fluidez cultural y el tipo de propósito moldeado no por la ambición, sino por la responsabilidad.
Araceli Cruz, Vicepresidenta Adjunta de Diversidad Global e Inclusión de la Universidad Estatal de Portland, dio la bienvenida a los becarios con un lenguaje que no se limitaba a reconocerlos, sino que los afirmaba. Les dijo: “Sois la prueba de que nuestras historias, nuestros acentos y nuestras identidades pertenecen a todos los espacios educativos”. Habló de lo que sucede cuando los educadores y los estudiantes se conectan no sólo a través de la instrucción, sino a través de la humanidad compartida, construyendo lo que ella llamó redes de atención, tutoría y sabiduría que viven mucho más allá de una sola aula. Luego ofreció una verdad sencilla que no aterrizó como inspiración, sino como reconocimiento. “Somos los sueños más salvajes de nuestros antepasados’.”
Sus palabras resonaron; se podía sentir el cambio silencioso que se produce cuando se nombra algo que se ha comprendido profundamente mucho antes de pronunciarlo en voz alta.
Sus palabras tuvieron una resonancia más profunda porque este momento no estaba ocurriendo de forma aislada. En Oregón, más de cuatro de cada diez alumnos de primaria y secundaria proceden de entornos étnica o lingüísticamente diversos. Sin embargo, menos del 15% de sus profesores comparten esa experiencia vivida. Para muchos niños, la persona que está al frente del aula no ha reflejado ni una sola vez su lengua materna, la historia de su familia o su realidad cultural. El programa Bilingual Teacher Scholars se creó para cambiar esta situación.
Unitus decidió no limitarse a patrocinar la educación, sino ser parte de la solución. En lugar de financiar ampliamente y esperar que se produjera un impacto, invirtieron intencionadamente en ocho becarios bilingües. Estudiantes que no sólo están obteniendo credenciales, sino que están llevando adelante el tipo de representación que puede transformar el sentido de pertenencia a la escuela de todo un niño.
A partir de esa experiencia, mi objetivo es asegurarme de que todos los estudiantes se sientan apoyados y atendidos.
Ese propósito vivía claramente en la voz de la becaria Evelyn Estrada. Estrada, que ahora cursa el último año y se prepara para ser profesora de primaria en Woodburn, describió el momento en que la representación cambió su vida. De niña, se había trasladado de California a Oregón después de asistir a escuelas exclusivamente inglesas. En primer curso conoció a la Sra. Moreno, una profesora bilingüe que hizo mucho más que ayudarla en su transición académica. “Su apoyo lo fue todo para mí”, dice Evelyn. “A partir de esa experiencia, mi objetivo es asegurarme de que todos los estudiantes se sientan apoyados y vistos”.”
No hablaba de ambición. Describía un recuerdo tan poderoso que se convirtió en dirección.
No habló como alguien que imagina su futuro desde la distancia, sino como alguien formado por lo que puede hacer la convicción de un solo profesor. Fue un recordatorio de que el impacto de un educador bilingüe no es primero académico. Es humano. Es pertenencia. Es el momento en que un niño deja de sentirse perdido y empieza a reconocerse como alguien que debe estar aquí.
Es este tipo de transformación el que el programa de Becas para Profesores Bilingües fue diseñado para proteger y multiplicar. Unitus optó por invertir no sólo en títulos, sino en identidad. En el poder vivido de la representación. No se trataba de un gesto filantrópico hecho a distancia. Fue un compromiso para garantizar que los estudiantes como Evelyn no sean excepciones raras, sino el comienzo de un nuevo estándar en las aulas de Oregón, donde el idioma y la cultura no son barreras que superar, sino fortalezas que llevar adelante.
Ese sentido compartido de propósito resonó de nuevo a través de la becaria Alessandra Cervantes Ramírez, estudiante de último curso de enseñanza de español para secundaria y bachillerato. Nos contó que se trasladó sola a Estados Unidos a los catorce años. “Esta beca no es sólo una ayuda económica para mí”, dijo. “Es una inversión en mi futuro”. No lo dijo con orgullo, sino con gratitud. No con alivio, sino con determinación.
Unitus no llegó a esta labor por accidente. La decisión de invertir en un grupo de estudiantes bilingües fue intencionada y a largo plazo. Surgió de escuchar a los líderes educativos y reconocer que el cambio real no vendría de subvenciones temporales o patrocinios simbólicos, sino de estar al lado de los estudiantes al principio de su viaje, y quedarse. El compromiso no consistía únicamente en crear oportunidades, sino en garantizar que estos estudiantes fueran vistos y apoyados, y que nunca se les dejara navegar por el sistema de forma aislada.
Por eso la mañana fue diferente a la de una ceremonia de entrega de becas. No había distancia entre la institución y los estudiantes homenajeados. El tono sugería colaboración, no caridad. Continuidad, no transacción.
Esta beca no es sólo una ayuda económica para mí, es una inversión en mi futuro.
Ese espíritu quedó aún más claro cuando Steven Stapp, Presidente y Consejero Delegado de Unitus, se dirigió a la sala. No habló de forma abstracta sobre el impacto en la comunidad. Habló desde la herencia vivida. Reflexionando sobre las palabras de Araceli, dijo: “Has dicho que somos los sueños más salvajes de nuestros antepasados’, antes de añadir: ”Yo estoy aquí y soy el sueño más salvaje que tuvieron mis antepasados“. Contó que la historia de su familia comenzó en España, se trasladó a los campos de caña de azúcar de Hawai y, finalmente, al Valle Central de California. Llevaba ese recuerdo no como un sentimiento, sino como una obligación: la responsabilidad de asegurarse de que las puertas sigan abiertas para los que aún están por llegar.
Dejó claro que la participación de Unitus en este programa no era simbólica, estacional u opcional. ’Nunca hemos vacilado en nuestro apoyo a este programa“, dijo. ”Estamos con vosotros no sólo a lo largo de este viaje aquí en la universidad, sino a lo largo de vuestra carrera educativa“. No aterrizó como un aplauso, sino como una promesa.
Esa idea de legado -de un educador que ilumina el camino de otro- se reflejó en la voz de la estudiante Addison Berry. Ahora en su tercer año y persiguiendo la educación de artes del lenguaje con un enfoque en español, habló sobre el profesor que primero le hizo creer que podía dirigir un aula. “Mi profesor de estudios sociales de séptimo grado, el Sr. Pergoso, hizo que todos los estudiantes se sintieran parte de la clase”, dijo. “Alumnos a los que ni siquiera les gustaba la escuela no podían apartar la mirada durante sus clases”. Ella espera llevar esa misma presencia adelante. “Quiero tener ese tipo de impacto en mis futuros alumnos”.”
Sus palabras no hablaban de instrucción. Se referían a la vitalidad. Sobre ser testigo de lo que es posible cuando un profesor no exige atención, sino que se gana la conexión.
Quiero tener ese impacto en mis futuros alumnos.
Al escuchar a estos académicos, quedó claro que cada uno tenía una visión distinta de lo que significa liderar. Algunos hablaban desde la memoria. Otros, desde la responsabilidad. Otros desde el poder de ser vistos. Sin embargo, el hilo conductor de todas las voces no era la ambición, sino el servicio. Para ellos, la enseñanza no era una profesión a la que acceder. Era un papel que había que desempeñar. Una forma de llevar adelante el cuidado que una vez les hizo sentirse posibles.
Para el académico José Contreras, esa vocación surgió al reconocer lo que significa ser comprendido. Ahora, en su primer año tras su paso por el Chemeketa Community College, nos cuenta que el profesor que más le formó no se limitó a enseñar contenidos. Compartió experiencias vividas. “Quiero fomentar el bagaje cultural de los estudiantes’, afirma. ”Quiero ser ese puente, para que los estudiantes puedan mostrar su verdadera identidad y sentirse apoyados“. Sus palabras no apuntaban al futuro. Se remontaban a los estudiantes que, de otro modo, podrían sentirse solos en un sistema que no se construyó pensando en ellos.
Lo que surgía de voces como la suya era una verdad silenciosa pero inconfundible. Estos académicos no aspiraban a enseñar a pesar de ser quienes son. Se preparaban para enseñar por ser quienes eran. Sus identidades no eran un contexto en torno al cual trabajar. Eran la fuente misma de su capacidad de liderazgo.
Quiero ser ese puente, para que los estudiantes puedan mostrar su verdadera identidad y sentirse apoyados.
Para Monce Álvarez Hernández, que actualmente cursa su tercer año preparándose para enseñar a alumnos de primaria, esa identidad estaba arraigada en el recuerdo de su propia clase de primer curso. Recuerda a su profesora, la Sra. Wentzik, no por su suavidad o facilidad, sino por su inconfundible devoción. La describía como firme a veces, pero profundamente interesada en el crecimiento de sus alumnos. Lo que se le quedó grabado no fue la instrucción, sino la atención. El tipo de atención que se imprime en un niño y permanece presente mucho después de que abandone el aula.
El ex alumno de la Western Oregon University y Superintendente del Distrito Escolar de Woodburn, Juan Larios, habló directamente de lo que estos estudiantes se estaban preparando para llevar. “Estáis en un viaje para convertiros en educadores, maestros y maestros bilingües”, dijo. “Estáis a punto de influir en las vidas de innumerables estudiantes y de innumerables generaciones que les seguirán. Porque ese es el poder de la educación. Cambia vidas”. No aterrizó como un estímulo. Aterrizó como una dirección.
Es ese tipo de cuidado -personal, arraigado y sostenido- el que Unitus ha insistido en honrar. Su inversión en estos becarios nunca tuvo que ver con transacciones o hitos. Se trataba de garantizar que los futuros educadores no tuvieran que silenciar partes de sí mismos para poder pertenecer. Por eso este programa recibe el reconocimiento del Portland Business Journal a la innovación en filantropía. No por extender un cheque, sino por elegir acompañar. Por practicar un modelo de apoyo que trata la identidad como algo insustituible, no accesorio.
A medida que la mañana llegaba a su fin, la niebla del exterior comenzó a disiparse. La luz que entraba por las ventanas pasó de apagada a clara, como si el propio día hubiera avanzado. No hubo aplausos. No hubo conclusión formal. No hacía falta. Lo que había tenido lugar en aquella sala no era una representación. Fue alineación. Un entendimiento compartido de que el futuro de la educación en Oregón no se definirá por quién se adapte mejor al sistema, sino por quién esté capacitado para liderarlo como su yo pleno y sin filtros.
Los eruditos salieron no con expectación, sino con autoridad. Autoridad para enseñar con orgullo. Para estar en las aulas como guardianes de la cultura. Para llegar a los estudiantes no sólo mediante la instrucción, sino mediante la afirmación. Porque ahora sabían, plenamente y sin vacilaciones, que no emprendían esta tarea solos. Llevaban el futuro adelante con el peso de sus comunidades a su lado. No se trataba simplemente de celebrar quiénes son. Era una declaración de en quiénes se están convirtiendo, y de las generaciones que surgirán gracias a ellos.